sábado, 6 de diciembre de 2008

En una habitación oscura, te imagino vacía, esperando ansiosa el momento en que me atreva a llenar por fin tu soledad.

Es la voz de mi conciencia que balbucea estas palabras/frases afligidas/ideas fragmentadas que nacen renegadas de mi propia voluntad, activadas después de largo rato de asfixiante represión por parte de la región más elitista del cerebro, región que en un comienzo decidió venderse barata.

Recuerdo el día en que tu risa destemplo mis oídos, tu reflejo enajeno la mirada y tu sabor me enveneno la lengua. Apareciste, llegaste inesperada entre aquel mar de sombras y juguetona diste color a la tarde.

Mis dedos te vieron y suspiraron enredarse en tu pelo de maleza, vi cómo mi voz sorprendió a los ojos que te sirven de ventana, que a su vez cautivaron mi despistada atención.

Aflorar senderos de bajos instintos, sembrar deseos en el interior de tu vientre y esperar a que melódicamente se difuminen. Esa es la consigna que se levanta impasible en los soles sin razón.

Parece ser que las neuronas una vez más perdieron la secuencia de los días. ¿Qué sigue después del martes? ¿El sunday del domingo?

Procesos de liberación se vienen llevando a cabo a tus espaldas, desde un lejano intervalo de desleales relámpagos. Yo sin darme cuenta, funciono programado, mecánico, intentando obviar lo inevitable, el inminente atrevimiento lujurioso dispuesto a despertarte lúbrica una soñada madrugada.

Ahora me gustaría gritar tu nombre, pero sé que no vendrías sola. Es mejor guardarse en un indefinido silencio que tal vez un día dispongas saltar a romper.

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