Conservar el ritmo/la distancia sin olvidar la calma, esta ciudad te asfixia con sus precios exorbitantes y egocentrismo exuberante. Arrastrar los pasos bajo el sol ante miradas que destazan la armonía, sudor a flor de piel al entonar la caminata.
Mientras algunos ingenuos compañeros de especie aguardan en algún lugar seguro, clamando de rodillas por el fin del terror apocalíptico. La realidad cruda y sanguinolenta nos eructa insolente al oído.
Envenenados desde los pies hasta la punta del pene, nos paseamos eyaculando indiferencia frente a las vísceras expuestas de otra cifra cadáver que descansa sobre el asfalto a medio día.
“El morbo es saludable, porque confirma la certeza de estar vivos y de ser exitosos sobrevivientes de una realidad amenazante”.
Un cuerpo sin cabeza confirma el ser afortunado por el simple hecho de seguir intentando respirar una realidad angustiante, en donde el egoísmo es marca registrada y la indolencia se regala en cada suspiro. El cráneo partido de un amigo es hasta cierto punto estimulante, pues reafirma nuestra lucha persistente desde un amargo y largo naufragio entre la mierda y la violencia.
Cada mañana, justo antes de engullir la rutina, aspiro mi dosis de miedo, esquizofrenia y fantasía, acompañada de un collage de sexo explicito, crimen exasperante y consejos para el corazón, que amablemente, alguien publica en tiempos de histeria digital.
Ahora, abrir un periódico, es un constante recordatorio de nuestra etérea vida confortable protegida por un muro perimetral de burbuja que nos hace ajenos a esa roja marginalidad que tanto detestamos pero seguimos sorbiendo a diario junto al café matinal.
Sirenas de ambulancias y patrullas/melodías cotidianas que acompañan las jornadas de tristeza, encerrados en una cueva, cada vez más angosta, compartiendo soledad junto a la tele que destila tele noticieros untados de verborrea pestilente con la que atragantan tanta gente. Evacuando toda la diarrea sensacionalista sobre pobres mentes conformistas.
Conviene más ser un loco que grita, a ser un solemne ciudadano que lentamente se marchita.
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