domingo, 22 de febrero de 2009

La Verdura

“La verdad es un mito que se escapa en la voz del interlocutor”



Se levantó temprano esa mañana, casi de madrugada. Su peculiar costumbre de rascarse los testículos al amanecer desapareció en el instante en que sintió unas tremendas ganas de liberar tensos fluidos retenidos en el vientre.



Corrió al baño más cercano a su habitación y no advirtió el error, su hermana estaba duchándose al compás de reggaetonescas ondas sonoras, el cerrojo no cedió. Había desperdiciado valiosos segundos.



-No puede ser, ¿Quién putas se está bañando tan temprano?, ¡Me lleva la gran puta!-

Corrió escaleras abajo y accidentalmente lastimó su indefenso dedo meñique del pie con el filo de una malvada pared, un indescifrable aullido de dolor acompañado de una altisonante conclusión se dejo oír por los pasillos de la casa.



Abrió violentamente la puerta del baño de visitas y en una habitación a oscuras intento terminar con la agonía. Unas gotas sin suerte cayeron en el frío piso de azulejo mientras él, plácidamente se dejó guiar por el delicioso estímulo auditivo que producía el chorro chocando agresivo en las turbias aguas del retrete.



Una insistente molestia abdominal lo hizo buscar con desesperación el interruptor. En seguida la luz apareció al mismo tiempo en que su rostro se desfiguro luego de una desagradable sorpresa que el espejo le devolvió en un repugnante reflejo.



-No puede ser- Tartamudeó. -En lugar de orina estoy sacando sangre-

Una cascada de retrospectivas cayó inusitadamente sobre él:
Sus constantes diarreas - Sus uñas quebradizas – los manojos de pelo olvidados en el peine y para rematar su persistente tos de chucho jiotoso.



-Seguramente fue esa pinche puta de la Cindy, la muy cerota alguna mierda me pegó.- Se persignó y salió en bóxer directo hacia su carro.



-¿Por qué a mí? ¡La vida no tiene sentido, es tan injusta! Sabía que meterme con putas me iba hacer mierda.-



Agarró el periférico como Grand Prix, atravesándolo fugaz, dejando una aureola de bocinazos tras de sí. Tomó impecable cada curva a más de cien hasta donde el puente del incienso hizo funesta aparición.



Aparcó inmune ante fulminantes improperios lanzados en su contra por parte de los más amables vecinos de la ciudad capital. Bajó del carro, caminó tranquilo y con mucha sobriedad, seguido de cerca únicamente por su sombra de locura, sin inmutarse exhalo un gran grito quizás imitando el de alguna película, y salto la barda rumbo al vacío.

Apareció en las noticias de las diez, gracias a un oportuno video aficionado el mundo vivió junto a él su último desatino.
Si tan solo alguien le hubiera dicho que cuando comes remolacha…

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