martes, 12 de mayo de 2009

Ninfómana



A Miriam, ahora te entiendo.




Fríos vientos acompañan la inolvidable noche del contacto. Su consolador de dos cabezas y baterías recargables se había averiado, y sin garantía, Suseth se sentía completamente desamparada. Tenue el tedio crecía sin enfado dentro de la habitación.

Pensó probar las vibraciones de su celular, pero anteriores fétidos olores y el estridente grito semanas atrás proferido por su hermana de: ¿¡A que huele esa tu mierda!? Termino por disuadirla.

Un tanto impaciente bajó a buscar en la despensa. Su mamá no había hecho las compras del mes todavía, así que solo se topo con algunas despistadas cucarachas con prisa pero sin esa milagrosa fálica verdura que esperaba. Exasperada decidió examinar el kit de herramientas Stanley de su difunto padre pero ninguna de las formas logro satisfacerla.

Recordó con ternura la última sesión con el Vibraron 500, sus tres velocidades, el mango ergonómico y la cabeza rotatoria. En seguida cada una de esas noches inolvidables fueron desfilando por su imaginación como en un viewmaster de recuerdos.

En un intempestivo arranque de desesperación decidió quemar su último cartucho, sin pensarlo demasiado a través del móvil incursionó en el “Chat de la pasión”. En un santiamén la química entre ella y Calígula43 hizo ebullición tras lo cual acordaron un pasional encuentro en Miraflores. Estaba tan nerviosa como ganosa de verlo.

Él, un ganadero acaudalado y de reconocido mal gusto, se relamía los prematuros canosos bigotes oyendo una de sus sinfonías favoritas, La Tumba Falsa de los Tigres del Norte se había convertido en la banda sonora de sus días.


“Cuando te fuiste mis hijos preguntaron ¿A dónde esta mama?
Ni modo de decirles, que tú me traicionabas
Así que una tragedia les tuve que inventar…”



Inquieto ante el inminente encuentro con Colegialatraviesa17 dejó caer su pesada bota de piel de cocodrilo sobre el acelerador. Su cola de caballo al estilo Guadalupe Esparza yacía tranquila sobre su hombro izquierdo mostrándose indiferente frente al viento insolente que se colaba por la ventana del Hilux.

Los latidos de ambos acelerándose vertiginosamente con el correr del tiempo previo al candente encuentro. Allí estaba ella sentada con su blusa celeste y ortodoncia adolescente en la banca acordada. Ahí venía él, con su camisa a cuadros, sombrero de piel de castor y una pluma blanca.

Mirándose las caras aturdidas mientras ella reconocía al hombre del cuadro en la sala, padre e hija entre sollozos y llanto, no pudieron hacer más que fundirse en un amargo abrazo.

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