Tengo un sueño, un sueño donde puedo tomar toda la coca-cola que quiera, puedo comer cuantas veces quiera en McDonald’s, donde con una tarjeta sin límite de crédito puedo comprar lo que me plazca, cosas de las cuales me he privado durante tanto tiempo, me imagino paseando por Pradera Concepción comprando mi playerita Hollister, un sweater Abercrombie, pantalones Diesel y mis chapulines Converse, parezco un niño bien. Pero este sueño no es mío, a mi la coca-cola ni me gusta, alguien más está soñando por mí, alguien más está pensando.
Antes había alternativa, si sentías que las cosas no marchaban bien, la atmósfera tan densa que costaba respirar, injusticia asfixiante, violencia insoportable y represión, a eso me refiero, entonces podías dejarte crecer el pelo y la barba, agarrar un fusil, largarte a la montaña y disparar ideas.
Ahora las opciones están en otro plano, el pelo largo y la barba siguen, pero ahora es suficiente comprarte una playera negra con la cara del che Guevara, para sentirte todo un revolucionario y en lugar del fusil un Ipod, aunque sea chafa. Si el mensaje no está claro, me propaso con tigo y si no es contigo la mejor señal, allí esta Telefónica. En fin, las tres opciones de telefonía móvil me dan asco, por eso no uso el celular, objeto de culto de nuestras generaciones MTV.
Para alguien “desarrollo” es que el campesino tenga celular en el altiplano, esto no es nada más que consumismo llevado a su máxima expresión y con su cara más linda y simpática. Hoy me siento inteligente, perspicaz y penetrante por eso solo compro tarjeta para mi celular cuando hay triple o cuádruple saldo, sin darme cuenta que me he vuelto tan estúpido, que ahora las mismas compañías, me dicen cuando comprar y cuando no. Gracias libre mercado, consumo luego existo.
La atrofia cerebral nos impide reconocer que desde hace un tiempo nos vendieron la idea: “Las cosas están mal, es cierto, pero podrían estar peor”. Estamos nadando en excrementos, aunque debemos agradecer que estas inmundicias nos lleguen al abdomen en vez de cubrirnos hasta el cuello. Acostumbrados estamos y su fetidez ya no molesta, nuestro umbral sensorial ha sido perturbado.
Se necesita violencia sanguinaria, cruel y brutal para impresionarme, necesito ver cabezas sin cuerpo, o cuerpos sin cabeza, me da igual, y no uno o dos cuerpos, porque esto no sorprende, si no 3 o 4 para que realmente llame la atención. Los diarios son fuente de cultura y sus titulares demuestran el ingenio humano: “atacado a tiros”, “muerte en cevicheria”, “Masacran a familia”, “decapitan a mujer”, es de reconocer que ser reportero de nota roja es un noble e insigne oficio.
En promedio cada día mueren 3 mujeres de forma violenta y los feminicidios acrecientan cada año, pero esto es normal, es la tendencia de la época, así funcionan las cosas en un país del tercer reich donde el libre acceso a la información es restringido y hablar de planificación familiar en las escuelas es un pecado condenado por la iglesia, donde las mujeres no son dueñas ni siquiera de su propio cuerpo. Es este mismo país donde un lunes se descubre el robo de 82 millones de quetzales del congreso y hoy ya nadie lo recuerda, donde un diputado resulta ser el dueño de un bus en donde mueren 56 personas en la vuelta de “el chilero”, pero este digno y estimable parlamentario diestramente intenta evadir su responsabilidad legal falsificando firmas.
Hay una marcha que bloquea algunas calles de la ciudad, la cual busca reivindicar los derechos de los pueblos indígenas, mi compañera de asiento en la 96 que viene desde el CUM, una señora elegante, distinguida y perfumada me platica sabiamente –estos indios cerotes, que trabajen, ¡huevones hijos de puta!-. Salto del bus en marcha, me compro un tort-trix y termino el ciclo.
1 comentario:
Para mi lo mejor que has escrito.
Excelente.
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